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La Castellana
Revista digital bimensual
Poesía joven en español

Los derechos de los textos
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Dirección y Selección
Víctor Salinas Rubio
vsalinas@e-absenta.com


 
10:36 AM


Ana Gabriela Padilla
(El Salvador, 1984)



Esbozo de Cuscatancingo
(A Ricardo Castrorrivas)
"Porque es pacífico este hogar, temeroso,
y sólo al amor consagrado”
Carlos Martínez Rivas.

I
Allá
cuando del escabroso suelo
algunos recogen y rumian 
            y atrévense a ensalzar
sus colgajos
fanática escritura
que jamás ha visto
el ojo fatigado del desvelo
su parca lucecita del día siguiente

nosotros subimos la loma 
            que de la patria pende
con la nada sana apabullez del tumulto
estorbándonos:
incólume pestaña
que se nos metiera entre los ojos
o incomodidad innata
que ya arde.


II
Arriba esclarece el aire
y el pecho puede aceptar la mano
que a la agitación mengua.

No hay otro mundo
sólo la fluidez del barco aparcado
donde el oído cierra paso
a la idiotez murmullante
que del canalla sale

la gota del agua del hombre
se desliza apresuradamente
como inexplicable tarea de gastar la existencia
lijarla
asirla en su punto más fino.

Hay nébula hierba
aventajando del paladar hacia las sienes
para elevar los seres
dormitados en la penumbra 
          materia que se nos tornara nuestra 
en ese espacio prodigioso.

Me inclino a pensar en
no dejo pasar a
el díptero larvático
acuchillando nuestra risa
sus patas regordetas
aspiradas en el abismo
como sustento
franco e irremediable.

Que es frecuente
esa gana de estar
cuando la languidez no merma
y retener todo el silencio
que mi voz no pronuncia.

A Anna Santos
Ahora que ya toda palabra
es remota posibilidad
del fiel especulante,
el peso de tu cuerpo huele a sangre,
a miedo tus ojos vivarachos,
acorralados ellos
ante la fragilidad de las cosas,
ante el transparente nombre
que un día pronunciamos.

No quiero intuir acierto o desazón.
Tan sólo imaginar
aquellas horas
en que tu espacio
guardaba el aire por más tiempo
-lánguido aire-frío
que subía y bajaba-
enmudeciendo al animal nocturno
que siempre rondó tu mente.
Y escudriñar el acento,
la mano temblorosa
que palpó la harina
-compacto polvo que
ardía entonces
en tu aliento amargo-.

Te has ido, Anna,
palíndromo infinito
que juega a poseernos,
mientras adentro se escuchan gritos
y la escofina sigue limando la capa moribunda de tu hastío.

AEDES
Váyase a saber de su insolencia
quejumbroso díptero de larvas.

Cualquier exclamación es nula:
retuerce su aguja delgada
y zapa las pieles dormidas
cuando los gritos se oyen
                           desde atrás
       – allí –
en la doliente realidad del sueño.

Y es el imán
 –sangre de zumos innombrables–
breve sustento
para el vampiro aminorado.

Me niego a la calma
–Yo,
arácnido imperfecto –
hasta juntar mis manos
sobre su carne.
 
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