La Castellana Revista digital bimensual Poesía joven en español
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Ana Gabriela Padilla (El Salvador, 1984) Esbozo de Cuscatancingo (A Ricardo Castrorrivas) "Porque es pacífico este hogar, temeroso, y sólo al amor consagrado” Carlos Martínez Rivas.
I Allá cuando del escabroso suelo algunos recogen y rumian y atrévense a ensalzar sus colgajos fanática escritura que jamás ha visto el ojo fatigado del desvelo su parca lucecita del día siguiente
nosotros subimos la loma que de la patria pende con la nada sana apabullez del tumulto estorbándonos: incólume pestaña que se nos metiera entre los ojos o incomodidad innata que ya arde.
II Arriba esclarece el aire y el pecho puede aceptar la mano que a la agitación mengua.
No hay otro mundo sólo la fluidez del barco aparcado donde el oído cierra paso a la idiotez murmullante que del canalla sale
la gota del agua del hombre se desliza apresuradamente como inexplicable tarea de gastar la existencia lijarla asirla en su punto más fino.
Hay nébula hierba aventajando del paladar hacia las sienes para elevar los seres dormitados en la penumbra materia que se nos tornara nuestra
en ese espacio prodigioso.
Me inclino a pensar en no dejo pasar a el díptero larvático acuchillando nuestra risa sus patas regordetas aspiradas en el abismo como sustento franco e irremediable.
Que es frecuente esa gana de estar cuando la languidez no merma y retener todo el silencio que mi voz no pronuncia.
A Anna Santos Ahora que ya toda palabra es remota posibilidad del fiel especulante, el peso de tu cuerpo huele a sangre, a miedo tus ojos vivarachos, acorralados ellos ante la fragilidad de las cosas, ante el transparente nombre que un día pronunciamos.
No quiero intuir acierto o desazón. Tan sólo imaginar aquellas horas en que tu espacio guardaba el aire por más tiempo -lánguido aire-frío que subía y bajaba- enmudeciendo al animal nocturno que siempre rondó tu mente. Y escudriñar el acento, la mano temblorosa que palpó la harina -compacto polvo que ardía entonces en tu aliento amargo-.
Te has ido, Anna, palíndromo infinito que juega a poseernos, mientras adentro se escuchan gritos y la escofina sigue limando la capa moribunda de tu hastío.
AEDES Váyase a saber de su insolencia quejumbroso díptero de larvas.
Cualquier exclamación es nula: retuerce su aguja delgada y zapa las pieles dormidas cuando los gritos se oyen desde atrás – allí – en la doliente realidad del sueño.
Y es el imán –sangre de zumos innombrables– breve sustento para el vampiro aminorado.
Me niego a la calma –Yo, arácnido imperfecto – hasta juntar mis manos sobre su carne.
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