Oficio de Difuntos I. Y si recogieras tu voz cristalina para preguntarme -madre querida- qué hay de nuevo por estos días, tendría que contarte que como bestias seguimos arando en la niebla preparando la tierra para la desolación.
Te diría que tu otro hijo, en una tarde desdichada perseguido por el agua triste de los condenados con una moneda atravesada en sus labios se fue a un país lejano olvidando la tristeza de su corazón que dejó extendido como una roja luna sobre la cordillera.
Y no tendría aliento para contarte que en esta casa que hiciste con tus manos arribamos a la noche y sin molestarnos por cambiar los tendidos nos recostamos en el mismo lecho en donde nuestras mujeres copulan con los asesinos.
Pero tú no preguntas -madre querida- porque ya estás muerta, y yo no quiero contarte para que no sufras no te digo nada de este cielo torcido del porvenir.
II. Puede suceder que apenas acallado el combate le veas bajar cabalgando sobre su muerte como sobre una yegua salvaje, con su cabellera mecida por el viento montaraz y un rumor de agua resbalando en sus dedos.
Y que te salude con la fuerza del que custodia la noche, y la luz promisoria que sólo sus ojos podrían a pesar de las lágrimas.
Quizá no comprendas entonces que sobre su piel, la irredimible tristeza, como la salmuera oculta en los senos de las muchachas, le ha despojado para siempre de sus afanes.
Y de seguro, vas a repudiar su humilde manera de entrar en el crepúsculo con su leve inventario de amortajado, renunciando para siempre al hogar, al lecho, al pan, a la herida de vivir que ya no asedia porque para ti también todo ha terminado, ahora, cuando apenas enmudece la sombra, y te ves bajar por el frente de tu casa cabalgando sobre tu muerte como sobre una yegua salvaje.
Burdeliana XII 1. Caballero mío: En esta ciudad ayer llovió, de las montañas comenzaron a bajar barquitos de papel montados sobre la lluvia.
Estuve pendiente por si veía tu bandera de pirata. Ninguno naufragó tuve que reconocer que no habían sido construidos por tus manos.
2. Hasta mis gastadas sábanas llegan noticias: dime, es cierto ese rumor que se expande en la noche, que te has ido, que no recuerdas mi nombre ni mis labios, que ya no juegas con la lluvia... y que te cortaste la barba.
En esta ciudad ayer llovió, y como siempre fui a las montañas y envié barquitos de piel a tu encuentro: todos naufragaron sin la bondad de tus lágrimas.
Las imágenes tienen la vitalidad melancólica del suicida. No aptos para leer un domingo en la tarde. En oficio de difuntos II quitaría "la irredimible tristeza" y dejaría solo "la tristeza", pues creo que lo de irredimible ya está implícito en los versos anteriores. Muy bonitos, felicitaciones.