La Castellana Revista digital bimensual Poesía joven en español
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Juan Eduardo Díaz (1976, Chile)La vigilia Y ahora que se está ahí dentro a la manera de un terno antiguo puesto confortablemente en aquel baúl. La conclusión del tiempo hace caer por ley de gravedad hasta las plegarias, la carne y la fragancia de los claveles.
La forma es lo menos que importa. Aunque pareciera la siesta al sol luego del almuerzo. La contemplación de la tarde hasta que el sangrar se hace vigilia.
Todo el resto de la noche para meditarlo las cuatro lumbreras apagadas. En la habitación de adjunto la pena de todo un océano. El dolor diluido hasta la puerta de calle.
Diferente es que todo decante en lo profundo y no temer a las llamas, menester ahora de ángeles y demonios. Es el espíritu jugado a una partida de ajedrez.
La ánima
I De la manera en que duele cuando la tierra jala desde el suelo, atada a los huesos con pesadas cuerdas, de los extremos las piedras se enrabian incrustándose más abajo, tironeando desde lo profundo. El chillido oscurano se cae en los hombros, con el peso de un cadáver que lleva mi nombre en su boca, mis marcas en el cuerpo, todo el amor urdido en la piel y los ojos vendados. Maniatado como un niño en su sexto mes de gestación, a punto de salir a la vida, a un respiro de cargar con su propia sombra, que nace muerta de miedo, atrozmente desfigurada.
II Del modo en que un tiro a la sien no produce más ruido que el aire en el desierto, ni más sorpresa que un millón de flores en este mismo arenal. Entonces, no queda más que adueñarse para siempre del entorno, con los labios reventados, con los ojos todavía abiertos y secos. Todo el homenaje de esa fotografía postal para demostrar el eco desolado de la descomposición. Trova del lugar donde no hay mármol que piense siquiera en un nombre, un aniversario al menos, y descubrirse una vez al año pegado a la ventana, aguantando las ganas de salir a recibirle.
III Y llorar, a la forma de los muros, del piso, del cielo, el mono bloc odioso, despiadado, repleto de voces que no logran siquiera oírse, ni tocarse, entre ellas se espantan como parientes que se aman, y se descubren como en la fila del pan o del azúcar. La parca espera en todas las esquina con la svástica en la siniestra. Los heridos de muerte, no han vuelto al espejo, se engañan al baile de un bolero y lagrimean al arrullo de un sitio desocupado. La culpa es por darle el espacio al sol. Pues, se debe huir de la sombra de los albatros, ellos persiguen a los muertos y le sacan los ojos y la lengua.
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